Eran su voz y mi imaginación los artífices de éste cuento

Posted in quizá te vuelva a encontrar. on marzo 30, 2014 by Orgánico Irreal

Él me hizo ver una explosión de estrellas con su voz.
Supo hacer vibrar mi cuerpo con tremendos espasmos de desesperante placer.
Con destreza me condujo a hacer cosas que jamás siquiera las pensé. Me guió, casi me ordenó.
En cada escenario por el que me llevaba, yo no lograba entender, donde se tomaba una pausa, donde todo volvía a comenzar.
Se convirtió en el artesano sensorial de mi cuerpo.
¿Fluidos? Llovieron todos.
Mi ser entero se contraía, por dentro, por fuera, todo lo que al tacto hubiese podido y todo lo etéreo, de lo cual, sí, era dueño.
Él era mi toro. Su respiración, sus sonidos eran la banda sonora de todo lo que él encarnaba, la representación erótica de mis fantasías. Las de siempre y las que con precisión delirante íbamos creando, a través de nuestras voces.
Una noche, me tuvo de todas las formas posibles, me partió por mitad, no paró, rindió lo mismo que la capacidad de nuestros cuerpos. Y llevados por la gula y la lujuria lo forzamos un poco más.
Al no poder más, nos separamos, casi hasta el hastío.
Sentí cuando tomó mi mano, entrelazó nuestros dedos, y giró, él con mi mano y con su cuerpo quedando de espaldas a mí, con mi brazo cubriéndolo. Yo me sentía sobrenaturalmente satisfecha.
Nuestras respiraciones de a poco, se normalizaron e irremediablemente exhaustos, dormimos.
La mañana siguiente, el besó mis párpados despertándome en silencio y se fué directo al baño. Yo sintiéndome tan complaciente, nos preparé un frugal y rico desayuno. Llegué con las bandejas a la habitación me senté en la cama y lo ví salir del baño. Dios, lo ví.
Salió del baño con su torso húmedo y desnudo, de su piel canela aún se escapaba humeante el vapor. Lo ví secar con sus varoniles manos su cabello y con los dedos acomodarlo. Yo imagino que no usa peine.
Lo ví, lo ví vestirse, tomar sus cosas. Al tiempo que daba sorbos de café recién preparado en una prensa francesa, y con el tenedor pinchaba perlas y supremas de fruta fresca.
Yo bebía lentamente mi jugo de naranja sin colar. Parecía que era directamente de él que yo bebía.
Nos mirábamos y en silencio nos sonreíamos. Lo ví comer con desenfado. Lo ví venir a mí, me fué tomando al levantarme de la cama, con firmeza rodeó mi cintura. Retiró mi cabellera y la llevó a mi espalda, sujetó mi rostro y me dió tremendo beso. Se tomó su tiempo, me miraba con sus oscuros ojos intensos, pero con su dulce mirada que traspasa como caricia, y me besó. Era una confirmación, no era una provocación. No. Sabía más bien a reiteración.
Y fué justo después de despedirse cuando ya se marchaba, que lo supe. Lo tuve dentro mío toda la noche, pero después de todo ese ritual mañanero, al soltarme y ver su espalda partir. ¡Rayos! Lo supe. Lo quería de nuevo.
Él giró hacia mí al abrir la puerta.
Me vió y su expresión cambió, estaba yo ahí parada con ese brillo en mi mirada, mi rostro deslumbrante, la piel de mis hombros descubiertos brillaba, mi media sonrisa era sujeta por mis dientes.
Él lo entendió y debió desearlo tanto como yo, en silencio y con esa sonrisa retorcida que me hace volcar, me hizo saber que volvería.

Es él, el mismo de todas las veces, y justo está entrando a casa ahora. Al menos, en mi imaginación.

Au.

María